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martes, 13 de enero de 2009

Oratoria del Dr. Hernan Navascues en los 100 años del 13/09/1903

La siguiente cita corresponde al discurso del doctor Hernan Navascues dirigente tricolor , el dia 13 de septiembre del 2003 ante la tumba de los hermanos Cespedes al conmemorarse 100 años de la gesta URUGUAYA.

En primer término, permítaseme expresar un sentimiento personal: desde niño, el episodio del 13 de setiembre de 1903 constituyó un hecho que me hizo ahondar aún más en mi sentimiento nacionalófilo, pues sentí el orgullo de que el cuadro del cual era hincha haya representado él solo a todo el fútbol uruguayo. Por eso, la distinción de que he sido objeto de tener que hablar ante la tumba de los hermanos Céspedes, tan representativos de esa hazaña, cien años después, es algo que me emociona y cuyo honor me abruma.

Hoy es un día de regocijo y exaltación. De regocijo, porque debemos sentir la alegría de comprobar que la piedra fundamental que había impulsado el Rector de la Universidad Alfredo Vásquez Acevedo, se consolidaba por aquellos jóvenes estudiantes que comprendieron el mensaje. ¡Tenía que ser Nacional! ¡Tan sólo podía ser Nacional! Esto que lo decimos con tanta convicción no es otra cosa que la constatación de una realidad, porque el 13 de setiembre de 1903 no se trata sólo de un partido de fútbol que debe recordarse, sino del significado que tuvo que el sentimiento de una nación incipiente que buscaba su identidad, encontrara en aquellos muchachos que dirigían a la institución y que seguían siendo los estudiantes que habían recibido aquel mensaje, y aquellos otros que, entre algunos, ellos mismos se encontraban, que defendieron como jugadores a Nacional y al mismo tiempo a la Selección Uruguaya, los seres dispuestos a cumplir con aquella misión derivada de un designio que no sólo era deportivo, sino también ideológico, de encontrar en el arraigo mismo de esta tierra el significado del orgullo de pertenecer a ella.

Por eso es también un momento de exaltación, porque debemos ubicarnos en el contexto histórico del país en aquellos momentos para comprender la gran importancia que el fútbol tuvo, incluso, para nuestra posterior convivencia cívica. Hacía tan solo ochenta años que el país era independiente y aún no habíamos salido de nuestras guerras civiles. Ese mismo año hubo una revolución, y un año después otra, la última, y que encontró enfrentados en ambos bandos incluso a algunos jóvenes que disputaron aquel encuentro, y que luego se volvieron a reunir para disputar contra el CURCC la final de 1903, con la vuelta de los Céspedes y Gaudencio Pigni desde Buenos Aires luego del indulto de Batlle y Ordóñez a pedido de Manini Ríos. No es exagerado decir que mediante el fútbol, los uruguayos que se encontraban divididos en ideologías diversas y divisas, aprendieron a convivir en otro sentimiento profundo que los unía a través del equipo deportivo o de la selección del país, para encontrar, más allá de aquellas separaciones ideológicas, una identidad común. Y ello, al convivir en un mismo sentimiento deportivo seres de diversas clases e ideas, colaboró para ser indulgentes con el adversario en el otro plano por ser compañeros en éste, para conformar así en la tolerancia uno de los rasgos característicos del ser nacional.

Y si en aquella época hubo quienes ya tenían ese sentimiento de arraigo de pertenecer a esta tierra, mientras que otros que jugaban en otros equipos no lo sentían en el mismo grado, porque su arraigo aún quedaba ligado a la tierra de donde provenían o provenían sus mayores, a pesar del cariño que empezaban a sentir por la nuestra, aquellos identificados con la nuestra no eran otros que quienes partieron en el vapor de la Carrera cruzando el Río de la Plata para intentar algo que parecía imposible. Por eso, solamente aquellos jóvenes que tenían en su fuero íntimo el sentimiento de ser, por sobre todas las cosas uruguayos, podían haber recogido el reto de ir a enfrentar al poderoso seleccionado argentino que unos meses antes, en Montevideo, había vencido 6 a 0. Tenía que ser Nacional quien recogiera el reto, porque era el único club criollo entonces existente, ya que los otros no podían dejar de lado su origen británico o alemán, no sintiéndose identificados en la misma forma con nuestra bandera.

El resultado anterior del encuentro disputado en Montevideo entre las selecciones de ambas márgenes del Plata hacía presagiar un desastre. Y muy posiblemente se les dejó partir hasta con un grado de esperanza de los otros cuadros para que así sucediera, porque en esa época, dada la composición de la entonces League, Nacional era para ellos como una especie de intruso. Y esa dicotomía que existía en el fútbol uruguayo, se repitió en ese encuentro en la vereda de enfrente. En ambos cuadros había tres hermanos defendiendo las respectivas casacas. Los de Argentina se apellidaban Brown y los de Uruguay Céspedes, ante cuya tumba hoy nos congregamos. Y de un lado había apellidos como Howard, Buchanan, Moore, Dickinson, Jewel y de otro, Nébel, Carve, De Castro, Rincón, Cordero. Los primeros reflejaban los apellidos de los maestros, de quienes habían llegado a nuestras tierras a trabajar y a enseñar jugar al fútbol, y los segundos los de los alumnos. Pero ese día, en el campo de la Hípica Argentina en Palermo, los alumnos comenzaron a ser maestros, y dos goles de Carlos y uno de Bolívar, consagró para Uruguay el primer triunfo internacional de selecciones fuera del país. Y la Primera Torre como la denominó José María Delgado, fue a partir de entonces el faro que iluminó al fútbol uruguayo, lo que tuvo veintiún años después, otra vez con Nacional como pionero, el deslumbramiento para el mundo de la conquista de Colombes. ¿Cómo no pensar que Atilio Narancio encontró en aquel mensaje de fe de quienes cruzaron el Plata para intentar lo imposible, el impulso que lo llevó a intentar la aventura al otro lado del Atlántico para que el mundo descubriera a Uruguay? Tuvo que ser así: en aquella hazaña debió encontrar inspiración, fe y determinación.

Podrá haber en fútbol uruguayo —y por cierto que las hay— conquistas más trascendentes, más importantes, más glorificadoras, pero hay algo que nada podrá cambiar y que permanecerá indeleble, incólume en el tiempo, y es que la primera torre será siempre la Primera Torre: el haz luminoso que alumbró el camino del glorioso fútbol uruguayo.

Hernán Navascués.

extraido de El Pais 21/09/2003

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