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martes, 26 de octubre de 2010

22 años no es nada...


El 26 de octubre de 1988 está ahíí. Es pasado pero también presente y futuro en el alma de los tricolores.El 26 de octubre es ayer, pero también es hoy y no dejará de ser mañana nunca.El 26 de octubre es, simplemente, la fecha de la gloria. La marca cronológica que el tiempo le puso a la renovación de un contrato de parentes­co muy inmediato, muy puro, muy noble. que Nacional tiene con la copa.Por eso no pasa. Por eso es pasado ,  porvenir... y ahora.Si ahora. Una noche de fervor tricolor haciendo explotar el Centenario ,con una asistencia espectacular y tan rumorosa, tan desbordante en el apoyo al equipo de sus amores, como incluso observadores imparciales ad­mitieron que se había visto en pocas ocasiones. Noche de cohetes. Noche le fuegos artificiales. Noche de co­ros. Noche de estruendos. Noche de luces. El estadio que tiembla y que se conmueve por los saltos de la gente en la tribuna. Que espera. Que ansia. Que sufre: Que ya desde antes del partido, se emociona. Y hasta llora. Hasta derrama una lágrima por ese espectáculo infernal que ofrece una linchada sin par, atronando un ambito que no guardó espacios para los exabruptos -porque Nacional es así, ha sido así a lo largo de toda su his­toria-, cuando aparecieron las cami­setas blancas por la boca del túnel para dirigirse al centro de la cancha con una determinación que mas pareció que ya estaban yendo en busca de la misma Copa. 

 26 de octubre. No. Aquí no hay milagros, zarpazos del destino difíci­les de explicar en forma lógica ni im­ponderables del azar de último se­gundo. Acá lo que hay es un mandato de grandeza que obliga, que empuja: lo han dicho todos, Nacional es el mejor equipo de América, el me­jor de esta Copa. Así que debe de­mostrarlo -una vez más- está no­che. La última noche.El 26 de octubre de 1988.Y ahí surge el mérito, ahí está la razón de la victoria, entonces. Ese es el "levántate y anda" reservado para los grandes, para que sean grandes y demuestren esa misma grandeza, cuando les toca el turno. En el mo­mento supremo y no en otro. ¿Nervioso? ¿Dudas? ¿Temores? Noooo ... lo de Nacional siempre ha sido distinto cuando se trato de codearse con la gloria. Ha tenido la contundencia de lo directo. Ha tenido la practicidad, la indiscutible practicidad, que sella la concreción de lo lógico. Lo inmensa­mente lógico. Por eso, entonces, Na­cional va y ejecuta el mandato de su gente, de su tribuna. Del continente todo. A los 13 minutos De León cede a Castro. Y Castro la pierde. Pero la recupera en base a amor propio. Y se la da al pibe Soca. Que deja de ser pibe y dribleando rivales, metiéndose en el área como si fuera un partido de inferiores cuando en realidad es una ensordecedora y multitudinaria final de Copa, se hace hombre gua­peando y jugando, antes de alcanzar­le la pelota a "Pinocho". A Vargas que, de espaldas al arco rival, se da vuelta como una luz, como un relápago, y después saca el remate que como la descarga de un rayo se mete en la valla de Scoponi.


El 1 a O es la locura, lógico. Por­que, además, el gol no fue la conse­cuencia de un arrebato de fuerza o del empuje interior que animaba a to­dos los corazones tricolores. Antes Nacional había acorralado a Newell's. No a los ponchazos. A fútbol. No lo dejó salir de su última zona. Y así le metió ese gol que fue la primera cari­cia a la Copa.Por eso, entonces, después cuan­do Newell's quiere salir para tratar de cambiar su destino, tampoco puede pasar la mitad de la cancha porque Nacional, con sus grandotes, con sus hombres, le gana por arriba, le gana por abajo, le gana en todo, y lo anti­cipa, lo ahoga y no le deja sacar ni un contragolpe. Hasta que a los 37 minutos Ostolaza, de cabeza, con el alma, mete el segundo cabeceando un córner. ¿Gol? Sí, si ... aunque en realidad lo que hizo el "Vasco" fue descolgar del cielo de la ilusión una estrella con sueño de Libertadores para clavarla, apretando los dientes, en un ángulo del arco de Scoponi.2 a O y pasa el partido. Se va ine­xorable. El mejor de América para todo cumple con su mandato. No fra­casa. No duda. No se pone ner­vioso.En la hora más difícil es todo lo gigante que se ha dicho, y arrolla. Aunque queda una prueba más. Un último examen para rendir, para que no queden dudas: a los 33 minutos del segundo tiempo Castro se va por la izquierda como una tromba. Se va al gol seguro. Y le hace penal Scopo­ni. Un penalazo que no lo discute na­die de Newell's. Es el último test. El último ser o no ser que se interpone entre Nacional y la Libertadores. Por­que para ganarla hay que ser grande. Grande en todo. Y De León, el caudi­llo, el capitán, el hombre, el campeón de América del 80, hincha el pecho, se mete el momento debajo del brazo junto a la pelota, y lo asume. Así co­rre. Así apunta. Así pone el remate fuerte pero a la vez bien colocado a la izquierda de Scoponi. Ahora sí. Na­cional era y es el mejor de todos. Falta el alargue. 
Que se juega por re­glamento pero no por otra cosa. Pero si se hacen esos 30 minutos es en realidad para que la hinchada disfru­te, goce, la propiedad de esa alegría sin igual, con el equipo moviéndose como ofrenda victoriosa delante de sus ojos, durante media hora. Nada más. Después vendrá la vuelta olípica. También la entrega de medalla a los campeones y la toma de pose­sión de la Copa. El estallido del Cen­tenario. Las caravanas hacia todos los rincones de la ciudad y en espe­cial a 18. No. No hubo milagro. No hubo nada difícil de explicar ni vira­zones de último segundo. Ha habido lógica, Es que así han sido siempre las conquistas de Nacional a lo largo de toda su historia. Lógicas. Era el mejor y lo demostró como correspon­de. Y así ocurrió también este 26 de octubre de 1988. Por eso, tal vez, haya sido ayer, sea hoy, y siga sien­do lo mismo en el futuro. Es que la inapelabilidad de los grandes, -que es lo que el Nacional del 88 demostró esa noche en que se tomó la última Copa- no pasa nunca ...

Fuente: Nacional de América y del mundo
Foto: El Gráfico 

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