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lunes, 2 de febrero de 2009

Mojo el loco


Las Palmas. DV. Cuando toca sufrir, toca sufrir. La Real lo sabe y no va a rehuir su responsabilidad. Es el precio a pagar por el ascenso, un peaje que convierte la Segunda División en una categoría abandonada por el fútbol. La victoria de ayer en el estadio de Gran Canaria es el reflejo de las exigencias de esta Liga, plagada de equipos que renuncian al buen gusto en pos de los puntos. Es el caso de la UD Las Palmas, un conjunto bien armado y con jugadores de talento en sus filas, pero peleado con las banalidades estéticas. Los canarios amenazaban desde el lunes con asfixiar a los txuri urdin con una presión brutal en el último tercio del campo. Lo consiguieron y eso debe ser entendido como un éxito suyo, aunque el árbitro también tuvo su parte de culpa al expulsar a Markel Bergara por dos acciones que quizás no fueron ni falta. La Real se quedó con diez y se vio obligada a desestimar cualquier intento serio de lanzar el contragolpe, pues durante una hora el choque se convirtió en un bombardeo continuo al que los centrales realistas respondieron con firmeza.

En el otro área, Abreu marcó el tanto del triunfo al transformar un penalti provocado por él mismo. Su estreno como goleador con la camiseta blanquiazul no pudo ser más rentable: tres puntos y oxígeno para un equipo que basó su triunfo en la solidez y el sacrificio. Juanma Lillo alineó de inicio al uruguayo y Agirretxe, con Xabi Prieto por detrás de ellos y Rivas, Markel Bergara y Aranburu en la medular. El sistema, un 4-4-2 en rombo, devenía en un 4-3-3 cuando tocaba defender. Ansotegi y Gerardo fueron las otras novedades en el once, en detrimento de Mikel González y Carlos Martínez, respectivamente.

Aleccionados sobre la forma de jugar de la UD Las Palmas, los realistas salieron dispuestos a perder el menor número posible de balones en zonas de riesgo. Para ello, redujeron la cantidad de pases necesarios para llegar al área rival. Bravo, Gerardo, Castillo o el propio Rivas se encargaron de lanzar en largo a la cabeza de los delanteros, cuya movilidad por todo el frente de ataque ofreció diferentes alternativas al equipo.

Pero el cuadro local no era únicamente presión. También era, al menos en el tramo inicial, velocidad y primer toque, virtudes con las que desarboló la zaga cada vez que tuvo oportunidad. Así llegaron las mejores ocasiones de los canarios. Con Sergio Suárez por la izquierda, Pablo Sánchez por la derecha y Marcos Márquez en el centro, Las Palmas aportó los escasos detalles de calidad del encuentro. Una ilusión óptica que el técnico Javier Rodríguez Vidales se encargó de desenmascarar tras el descanso con sus cambios.

El dominio amarillo sufrió un golpe en el minuto 14, cuando Melero López señaló penalti por falta de Darino sobre Abreu. El charrúa cogió el balón y lo alojó junto a la base del poste derecho, lejos del alcance de Santamaría, quien había adivinado la dirección del disparo. El contratiempo fue insalvable para los isleños, aunque ellos no caerían en la desesperación hasta bien entrada la segunda mitad.

Defender en inferioridad
Por fortuna para la Real, la segunda amarilla a Markel llegó con ventaja en el marcador, permitiendo al equipo olvidarse de lo que había al otro lado de la divisoria para centrarse en lo único importante: defender el resultado.

Ya en la reanudación, la Real dedicó todos sus esfuerzos a achicar balones en su área. Con más intensidad y heroísmo según avanzaban los minutos. Lillo decidió que estos tres puntos no se podían escapar de ninguna manera y dio entrada a Mikel González. Labaka pasó a la derecha y Gerardo adelantó su posición.

El guión no varió. La UD Las Palmas, con sus estilistas en la ducha, fió su suerte a un mal despeje, una peinada o un rebote despistado. Nada de eso sucedió. Labaka y Ansotegi -con la ayuda de Abreu- se erigieron en los titanes del juego aéreo e interceptaron cada envío que les llegaba. Y si ellos no lo hacían, ahí aparecía Bravo para echar el cerrojo con un par de intervenciones de mérito ante Jorge Larena y el recién ingresado Amaral.

Mientras, a lo lejos, los delanteros realistas se afanaban en estirar las líneas para impedir el avance de los zagueros locales y ayudar a sus compañeros a salir del área, provocando que el equipo se partiera en dos en el tramo decisivo. Necati sustituyó a Abreu y estuvo a punto de marcar su primer gol, pero el cuero no quiso besar la red. Y en la prolongación, Marcos Márquez tuvo el empate en sus botas. Su disparo se fue arriba.

El pitido del árbitro desató la euforia entre los jugadores de la Real, quienes comprobaron que el esfuerzo tiene premio en tardes como la de ayer. La tabla ha dado un vuelco y uno de los puestos de ascenso es azul y blanco. Al menos hasta hoy. A disfrutar

Fuente:diariovasco.com

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